El Uso de Menores en la Criminalidad en Colombia: Un Retorno a la Desigualdad
El reciente atentado a Miguel Uribe, político colombiano, por un joven de 15 años trae a la memoria una oscura herencia: la conexión entre el narcotráfico y el uso de adolescentes en actividades delictivas. Durante los años 80, Pablo Escobar utilizó a estos jóvenes para llevar a cabo crímenes atroces, una dinámica que aún persiste en el país. El atentado que dejó a Uribe en estado crítico es un recordatorio vívido de que la violencia en Colombia, a menudo perpetrada por menores, sigue siendo un fenómeno alarmante.
Los datos son preocupantes. Según la fiscalía de Colombia, se imputó al adolescente como autor del ataque, mientras que otros menores también se ven involucrados en delitos graves, incluidos homicidios. Solo en 2024, cerca de 5,000 adolescentes ingresaron al sistema penal, reflejando una crisis social en la que la criminalidad se convierte en una salida viable para muchos. La pobreza afecta al 33% de la población, y el acceso limitado a educación incrementa la vulnerabilidad de estos jóvenes.
La Conexión entre Pobreza y Delincuencia
Los sectores marginales de Colombia son el terreno fértil donde florece la delincuencia juvenil. Muchos de los jóvenes involucrados en estas actividades criminales provienen de entornos familiares quebrantados y carecen de acceso a oportunidades educativas. La desesperanza y la falta de recursos parecen empujarlos hacia un camino oscuro donde la violencia se presenta como la única solución para satisfacer necesidades básicas, como la alimentación.
Este fenómeno no solo se trata de un problemático entorno social, sino que se manifiesta en un ciclo de violencia que perpetúa la marginalización. Organizaciones criminales utilizan a los jóvenes, brindándoles incentivos económicos que, a menudo, se convierten en trampas. Estos menores son frecuentemente "engañados", esperando premios monetarios que rara vez reciben. Mientras tanto, estos grupos buscan ocultar su identidad tras un manto de impunidad, aprovechándose de la situación vulnerable de los adolescentes.
La Protección y Respuesta del Estado
La Fiscalía General, liderada por Luz Adriana Camargo, apunta a la legislación como un área crítica en la que se requiere acción. La ley colombiana permite un trato diferente para los menores, lo que incluye penas más laxas que para los adultos. La pena máxima para un menor por homicidio es de ocho años, mientras que un adulto podría enfrentar hasta 50 años. Esta situación plantea preguntas sobre la efectividad del sistema judicial en la erradicación del crimen juvenil.
La situación es aún más compleja, ya que estudios han demostrado que el desarrollo cerebral de los adolescentes afecta su capacidad para comprender las consecuencias de sus actos. Así, se argumenta que mientras el sistema busca una respuesta punitiva, debería centrarse en la rehabilitación. La fiscalía resalta que los menores son enviados a centros especializados en vez de ser encarcelados, pero esto no siempre se traduce en soluciones efectivas.
La Historia que se Repite
La historia de la violencia en Colombia está llena de episodios oscuros, muchos de los cuales involucran a menores. El asesinato del candidato presidencial Bernardo Jaramillo en 1990 es solo un ejemplo. El joven que disparó tenía 16 años y fue asesinado poco después de su liberación. Estos patrones de violencia cruzan generaciones y muestran que la solución a la problemática juvenil no es sencilla. Se requiere, sin duda, un enfoque que contemple tanto la justicia como la prevención.
De manera similar, otros asesinatos políticos en el pasado también fueron perpetrados por jóvenes, alimentando la inquietud sobre el futuro del país. Este rastro de violencia nos invita a reflexionar sobre las lecciones no aprendidas de una historia marcada por el horror y el sufrimiento en la que la juventud es manipulada.
Opciones y Soluciones a Futuro
Es evidente que la situación de los jóvenes en Colombia demanda atención urgente. La intervención de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales es fundamental para ofrecer alternativas reales a la criminalidad. Invertir en educación y oportunidades económicas es esencial para cambiar el rumbo de la juventud, salido de un contexto de criminalidad y desesperanza.
La implementación de programas de inclusión que apunten a los jóvenes más vulnerables es crucial para ofrecerles caminos alternativos. Es necesario trabajar con aquellos que se encuentran en el umbral de la criminalidad, brindándoles las herramientas que no han tenido hasta el momento para superar sus circunstancias.
Conclusión: Un Desafío Colectivo
La violencia juvenil y el uso de menores en Colombia son desafíos que la sociedad debe enfrentar con urgencia y compromiso. La historia vuelve a marcar su recorrido con el intento de asesinato de Uribe, una historia que recuerda a los días del narcotráfico y la violencia. Sin embargo, es posible escribir un nuevo capítulo, uno que busque ofrecer un futuro distinto, libre de violencia, donde cada joven tenga la oportunidad de soñar y construir un nuevo legado. Es en la educación, la inclusión y la rehabilitación donde se encuentra la esperanza de un cambio positivo.