Las Leyes Feas en Estados Unidos: Un Análisis de la Discriminación a través de la Historia
En la posguerra de la Guerra Civil de EE. UU., varias ciudades y hasta un estado comenzaron a implementar las “leyes feas”, normativas que prohibían la presencia de personas consideradas “enfermas, mutiladas o deformes” en espacios públicos. Este fenómeno se origina en un contexto social que priorizaba la estética sobre la humanidad, impulsado por la idea de ocultar lo “desagradable” en un país en pleno crecimiento urbano y económico. La poetización del concepto de belleza frente a la bondad, como lo mencionó el escritor Oscar Wilde, refleja la mentalidad de una época que penalizaba las diferencias y la diversidad.
La primera ordinancia de este tipo emergió en 1867 en San Francisco, prohibiendo que personas con caracteristicas físicas que fueran consideradas desagradables estuviesen en las calles. A medida que proseguía el tiempo, otras ciudades como Chicago, Portland y Nueva Orleans adoptaron leyes similares. Estas normativas fomentaron un ambiente de exclusión y se implementaron bajo el supuesto argumento de proteger la salud pública y el bienestar de la sociedad, aunque en realidad se trataba, en gran medida, de un intento por mantener las ciudades “limpias” de pobreza y discapacidad visible.
Entre las justificaciones de las “leyes feas”, existía una noción basada en la “influencia materna”. Se creía que las mujeres embarazadas podrían verse perjudicadas al observar a personas “desagradables”, lo que podría afectar a sus futuros hijos. Esta idea, aunque infundada y carente de evidencia científica, motivó a las autoridades a tomar medidas en contra de las personas con discapacidades y dificultades, mostrando así una profunda percepción negativa hacia ellas.
De manera alarmante, las “leyes feas” contaron con el respaldo de organizaciones de caridad, que veían en estas normas una solución para recluir a los considerados indeseables. Las sanciones querían no solo multar, sino también obligar a estas personas a ingresar en asilos. Estos lugares, además de estar sobrepoblados y mal equipados, se convirtieron en verdaderas prisiones para aquellos que lo único que hacían era existir en un espacio público. Así, la ley, que debía velar por el bienestar, se trasformó en una cadena perpetua para muchos.
Cabe destacar que aunque estas normativas aparentemente se fijaron en la estética, en realidad estaban dirigidas de forma encubierta hacia los pobres. Las personas con discapacidades, que se hallaban en situaciones de vulnerabilidad, eran el blanco de este odio hacia lo diferente. En Chicago, por ejemplo, las personas que violaban las ordenanzas podían enfrentarse a multas significativas, lo que complicaba aún más su subsistencia. Esta dinámica reforzó la idea de que la pobreza y la discapacidad eran imperfectas y, por lo tanto, indeseables en el espacio público.
Finalmente, aunque la aplicación de las “leyes feas” se fue desvaneciendo durante el siglo XX, su legado social perdura. No fue hasta la década de 1970 que un movimiento por los derechos de las personas con discapacidad comenzó a cuestionar y derogar estas normativas. En 1990, la aprobación de la Ley de Estadounidenses con Discapacidad, que prohibió la discriminación contra personas con condiciones físicas o intelectuales, marcó un hito esencial, aunque las secuelas de la mentalidad discriminatoria continúan presentes en las actitudes y políticas públicas actuales.
Las “leyes feas” no solo reflejan un capítulo oscuro en la historia de EE. UU., sino que también abren la puerta a la reflexión sobre cómo las sociedades valoran la diversidad y la inclusión. Así, el análisis de estas normativas es fundamental para entender las dinámicas de exclusión que todavía afectan a las personas con discapacidades, alertándonos sobre la importancia de continuar desafiando y cuestionando las percepciones contemporáneas acerca de lo que se considera bello y aceptable en nuestro entorno.













